Resulta triste que sea un hecho no deseable el que recupere una reflexión y una discusión clásica: la de la conveniencia, carácter y límites de lo satírico; sus relaciones con lo artístico y lo moral; su familiaridad con la ironía y la parodia. Como el arte, la sátira es asimilada en la cultura occidental contemporánea como síntoma de la libertad, de ahí que la idea de libertad sea lo que realmente se discute. Pero, esa libertad, ¿se puede disputar?
Proponemos una serie de ideas, entresacadas de algunos textos elocuentes, para fomentar el pensamiento, frente a todos los discursos repetidos y frente a todas las voces amordazadas.
Uno. La sátira como confrontación entre lo ideal y la realidad.
«Renunciando al análisis de la poesía ingenua, que se resiste a él por su carácter impersonal y en cierta manera instintivo, Schiller distingue dos modos principales de poesía sentimental, según que predomina lo real sobre lo ideal, o lo ideal sobre lo real. Al primero llama modo satírico; al segundo modo elegiaco. El poeta es satírico cuando considera lo real como objeto de aversión y disgusto, cuando pone de manifiesto el contraste entre la realidad y la idea. Y aun esto puede hacerlo de dos modos: con seriedad y pasión, en cuyo caso tenemos la sátira vengadora, o con serenidad y chiste, en cuyo caso tenemos la sátira cómica. Uno y otro género son a primera vista antipoéticos, el uno por demasiado serio, el otro por demasiado frívolo; pero la sátira vengadora adquiere la libertad poética cuando se levanta a lo trágico y a lo sublime; la sátira cómica adquiere valor y fondo poético cuando trata su asunto conforme a las leyes de lo bello. En toda sátira, la realidad, como imperfección, se contrapone a lo ideal como realidad suprema. Sin esta presencia de lo ideal, no hay poesía de ningún género. Una aversión personal y limitada no basta para engendrar la alta sátira. Esta sólo nace cuando un alma grande se digna desde su altura volver los ojos a una realidad vil. Sólo el instinto de la armonía moral puede engendrar el profundo sentimiento de las contradicciones y la ardiente indignación contra la perversidad, que son el alma de la sátira».
Marcelino Menéndez Pelayo. Historia de las Ideas estéticas en España. Obras completas IV, Capítulo II [en línea], p. 81.
Dos. El poder, el orden y la altura son el objetivo principal de la sátira.
«¿Sátira como procedimiento? En la medida en que es un arte de la oposición espiritual, se puede aprender si se investigan sus gestos y giros básicos. En todo caso, adopta una posición contra todo lo que alusivamente se podría denominar ‘alto pensamiento’, contra el idealismo, el dogmatismo, la gran teoría, la cosmovisión, la sublimidad, la íntima fundamentación y la visión ordenada. Todas estas formas de una teoría señorial, soberana y sometedora atraen mágicamente los alfilerazos de los quínicos».
Peter Sloterdijk. Crítica de la razón cínica, Madrid, Siruela, 2007, p. 427.
Tres. La verdadera sátira implica intencionalidad artística.
«Pero sátira no es vituperio. El texto satírico que, si es eficaz, ofende, debe hacerlo no solo con justicia sino sutilmente. Para ser sátira, el impulso de burlarse de lo ridículo debe ser un impulso artístico. No he leído el nuevo libro de Michel Houllebecq, Soumission, que imagina el triunfo de un Gobierno islámico en Francia, pero si resulta ser un texto satírico que ofrece al lector un punto de vista valioso para entender el mundo en que vivimos, será, ante todo, memorable como novela. Las pintadas antiislámicas garabateadas sobre las paredes de las mezquitas no son literatura».
Alberto Manguel. «En defensa de la sátira», en El País, 17 de enero de 2015.
Cuatro. Límite moral de la sátira antes de la ‘libertad de expresión’.
«El notar los vicios y defectos ajenos, pintándolos con vivos colores, es según la citada división de Quintiliano, el segundo modo de hacer reír. Este modo es propio de la sátira, la cual, para ser buena, requiere mucho miramiento y moderación, debiéndose en ella reprehender los vicios y defectos en general, sin herir señaladamente los particulares e individuos».
Ignacio Luzán. La Poética, R. P. Sebold (ed.), Barcelona, 1977, p. 238.
Cinco. La sátira y la blasfemia.
«[…] el abusar de las palabras de la sagrada Escritura, mezclándolas con las profanas para mover a risa, celebrar desatinos, herir con sátiras, chistes, cuentecillos, como ejecuta el Gerundio en su decantada Historia, es, a mi ver, manifiesta blasfemia».
Fr. Matías de Marquina, Reparos de un penitente del Padre Fray Matías de Marquina, dirigidos al autor de la Historia de Fray Gerundio de Campazas, en Obras escogidas, p. 261.
Seis. La sátira justificada según su finalidad.
«La sátira será lícita o ilícita, según la intención del que la hace y según el fin perverso o bueno. Si la intención es buena y el fin santo, la sárira será santa y buena; será ilícita si se viciare por otros capítulos, mas no por su naturaleza. […] cuando la sátira se hace con intención de corregir o cualquiera otra intención honesta, sed forte propter correctionem, vel aliquid hujusmodi, no es convicio ni contumelia ni calabaza, y que puede ser lícita y muy lícita, porque se puede hacer sin riesgo del más leve pecado».
Padre José Francisco de Isla. Cartas apologéticas en defensa del Fray Gerundio, en Obras Escogidas,P. F. Monlau (ed.), BAE, tomo XV, Madrid,1945 p. 320.
Siete. La sátira se dirige a lo excesivo y distorsionado.
«La sátira no debe reprender aquellos defectos naturales que el hombre tiene sin culpa suya, sino aquellos vicios morales que nacen del exceso de las pasiones, de la ridiculez de sus caprichos o de la extravagancia de sus ideas».
Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras completas, tomo I, J. M. Caso González (ed.), p. 586.
Ocho. La sátira social como espejo y como huella.
«La verdadera psicología de un pueblo está en los lápices de sus caricaturistas».
José Francés. Citado en Ramón Columba, Qué es la caricatura, Buenos Aires, Dunken, 2007, p. 40.